viernes, 23 de octubre de 2009

Elegía

Acabo de leer un libro fabuloso. Su nombre es "Elegía" y es de Philip Roth, autor norteamericano y con una serie de libros del mismo modo fabulosos. El libro trata de la muerte, de la enfermedad y de esa "masacre" que es la vejez.


philip-roth



Me llamó la atención el final, pero yo cambiaria el concepto o por lo menos la idea que rodea al concepto, y es que del libro se deduce que lo más terrible es la nada. Yo agregaría que lo más terrible es ese pequeño tránsito que lleva a la nada. Algo así como el minuto exacto en que Robespierre dio su último grito antes de entrar por el cuello, a la nada.

viernes, 3 de octubre de 2008

El Tren Del Misterio: o la narración en Jim Jarmusch


Existe un principio fundamental en las películas de Jarmusch: minimizar el drama. Tomemos un ejemplo. En la historia del fantasma de Elvis, Joe Strummer interpretando a un obrero inglés arruinado (económica y emocionalmente) ingresa junto a Steve Buscemi a una licorería. Pide dos botellas y cuando Buscemi va sacando el dinero para pagarlas, Strummer desenfunda una pistola y apunta al dueño. ¿Por qué? Seguramente el tipo es un ladrón o un asesino fugitivo y compulsivo, pero no. Esa no es la razón. El motivo es que Strummer está “colocado”, está borracho y absolutamente fuera de sus cabales así que no halla nada mejor que tomar su pístola y asaltar la licorería para asombro de todos. Muy bien. El dueño –o tal vez dependiente de la licorería- asume lo ocurrido y entrega las dos botellas, pero antes suelta un par de palabras, nada ofensivas pero tampoco nada elogiosas hacia Strummer. Listo: un disparo en el hombro.



Cualquier otro director y de esto estoy seguro, habría aumentado los desibeles de alguna canción tensa, típico resabio de Hitchcock o alargar la escena hasta que el disparo hubiese sido totalmente predecible y justificado. En cierto modo, esos aletargamientos de escena crean suspenso; generan un climax y como todos sabemos, el clímax es parte esencial de cualquier estructura narrativa. Pero Jarmusch, quien antes de dedicarse a dirigir películas, estudió Literatura, probablemente se saltó esas recomendaciones sobre el clímax, el ambiente y el suspenso, pues él, carece absolutamente de tan “indispensables” nociones. Escenas donde aparecen balas sin previo aviso hay por montones en la filmografía de Jarmusch. Ghost Dog tiene por lo menos una decena y más escasas pero igualmente brillantes, las hay en Dead Man.




La palabra “deconstruir” o “decontruir” me parece un poco pretensiosa. Proviene de la filosofía posmoderna y todo lo que provenga de la filosofía posmoderna es sin duda abusivo. Sin embargo, es la palabra más adecuada, la más acertada para describir el trabajo de este director de películas independientes. Jarmusch deconstruye el género. Flores Rotas sin tanta arma, es del mismo modo que el resto de sus películas, una encerrona psicológica a medio camino entre el drama y el triller, y generalmente los directores de cine asumen el rol de un narrador omnisciente. Prueba de ello, es que nos entregan un comienzo y un final muy bien elaborado, un “aquí parte la carrera y aquí termina”. Durante esos cien o mil metros planos (porque son lineales y muy poco sinuosos) se develan todas las pistas y los engranajes de la historia. A medida que la cinta va quemando minutos, todo va encajando y cada personaje o escena tiene una conexión causal y teleológica con el total de la película, de modo que muchas veces no es difícil anticiparse o terminar la película sin preguntas. Quiero decir, no hay secretos: la historia era eso y nada más, y cualquier duda se resuelve con el material entregado. Pero Jarmusch opera a la inversa. Ciertamente no asume el rol de psicoanalista en las sombras ejercido por Lynch, pero su narración parte de la premisa de lo ininteligible, de lo inenarrable, del azar o de esos quiebres que poco y nada tienen que ver con la causalidad. Termina Mystery train y quedan preguntas, muchas preguntas que efectivamente no tienen resolución al interior de la película. Uno, como lector y como cinepata, tendrá que leer entrelineas e intentar entre sacar algo, aun cuando estemos destinados al fracaso. Un fracaso seguro y sutil. Porque a eso nos condena Jarmusch, a disfrutar de su propuesta y a perdernos con historias a las que acostumbramos darles sentido sin la menos vergüenza.